Hoy en día nadie se toma el trabajo de recapacitar y mucho menos aún de reflexionar. Si a alguien se le antoja una cosa, la adquiere, aunque tenga que
endeudarse , pagando más de una docena de cuotas que a la larga
suman casi el doble de lo que valía originalmente el producto.
¿No sería más fácil recapacitar bien las cosas, y al fin
abstenerse de ellas?
Igual podríamos decir cuando alguien se enamora, al cabo de
unos días termina casándose y luego de tres años ya es padre de dos niños……aunque
todavía continúe estudiando y sea el abuelo quien pague los gastos del nuevo
hogar.
Claro que, probablemente, había mucho de malsano en la
anticuada costumbre de reprimir los deseos. Millones de personas se iban a la
tumba sin haber sabido lo que era divertirse. Entonces llegó Freud y nos
aseguró que la causa de todos nuestros males era esa represión de los deseos y
que, a menos que siguiéramos nuestros impulsos, acabaríamos en el manicomio.
Sin embargo, muchos lo interpretan en este sentido: “haz lo que te plazca”. Y
así lo hacen. ¿Pero hasta qué punto
puede ser necesario seguir invariablemente nuestros impulsos?
En realidad, la represión de algunos de ellos puede servirnos para darnos independencia, y
formarnos en la convicción de satisfacer los deseos que realmente queremos ver
realizados. Reconocer que a veces los deseos se contraponen y que después de todo algunos no valen la pena, es el principio de la sabiduría, tan escaso hoy en día.
Propongo, pues, que empecemos a reprimir nuestros deseos.
Por ejemplo:
Quisiera, por razones de buen gusto, que las mujeres de
proporciones voluminosas se abstuvieran de vestir pantalones cortos o súper
ajustados, o tops tan pequeños que dejen al descubierto gran parte de su
anatomía, mostrando estrías y rollos.
Desearía que la gente reprimiera algunos de sus impulsos más
terrenales, al menos de cuando en cuando. Incluyo aquí a quienes al expresarse
usan palabras obscenas, violentas o incluso sin sentido. También quisiera que
los automovilistas reprimieran sus deseos de tocar la bocina como si fuera un
deporte, y de acelerar cuando el semáforo está a punto de cambiar de color o lo
acaba de hacer.
Me agradaría que, en general, la mayoría de la gente se
abstuviera de dar rienda suelta a sus sentimientos. Esto va por los borrachos,
que se empecinan en contar su vida acercándose tanto que se podría, fácilmente,
saber que comió aquel día, o se ponen paranoicos creyendo que se le mira de
mala forma y buscan pelea al primero que, para su mala suerte, se cruce en su
camino.
Soy partidaria de la represión a aquellos que les gusta
decorar las calles con botellas vacías o papeles. Y me gustaría reprimir a
ciertos políticos que prometen y prometen para luego, una vez elegido, olvidar
que alguna vez hicieron esas promesas. Y, finalmente, por los que, en su afán
de expresar sus deseos, se dedican a multiplicarse sin tino ni medida, para
luego desentenderse del “problema”, como sino significara nada.
Sensillamente muy interesante y picara forma de decir las cosas ...jajajaja muy bueno
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